El conjunto de tecnologías conocido como Internet de las cosas (IoT, en sus siglas en
inglés) ha llegado para quedarse y las mascotas no se escapan de este cambio.
Un boom de wearables(tecnologías que se llevan
puestas como una prenda o complemento) ha irrumpido para múltiples utilidades
en una industria en la que los españoles se dejaron en 2015 más de 1.000 millones de euros.
Tenerlas localizadas es la principal utilidad, pero ya es antigua.
Ahora se puede saber si el
perro ha pasado un día aburrido o si el gato ha comido demasiado pienso y se
arriesga a padecer una enfermedad. La sofisticación llega a la granja donde ya
se vaticina el momento exacto en que una vaca va a parir. Usuarios y expertos
en el ámbito doméstico se debaten entre la expectación y el escepticismo. En la
investigación y la ganadería, no dudan ya de la eficacia del IoT para abaratar
costes y facilitar procesos.
'Leer' el pensamiento
Kyon Pet Tracker, por
ejemplo, está entre los productos más avanzados a punto de llegar. Es
(aparentemente) un collar para perros que la startup griega
que le da nombre presentará el próximo enero en el Consumer
Electronics Show de Las Vegas. Sin embargo, unas luces led lo
delatan como algo más complejo. De partida, funciona como un fitbit (la pulsera que arrasa entre runners y
deportistas techies) para canes, pero va más
lejos. El aro, que se sujeta al cuello, detecta cualquier movimiento del cuerpo
con un acelerómetro de nueve ejes, un chip que incluye un giroscopio,
magnetómetro y altímetro. Tanta tecnología a lomos del animal no solo permite
conocer su ubicación (incluyendo la planta del edificio en el que podría estar)
sino también calcular la tasa de actividad diaria que, junto a otros parámetros
captados con más sensores (como temperatura corporal), permite concluir cuál es
el estado de ánimo.
“Hemos desarrollado algoritmos únicos que
analizan los niveles de actividad recopilados y los interpretan”, explica Ilias
Louis Hatzis, director de marketing digital de la marca en una entrevista por
email. La "interpretación" aparece en forma de mensaje en el móvil y
en los leds del collar tratando de mostrar cuál sería el pensamiento del
animal: “¡Necesito pasear!”, por ejemplo. Hatzis no desvela, más allá de los
algoritmos, cómo interpretan ciertas emociones.
Estos artilugios tienen otras funciones
útiles basadas en datos más objetivos, como la temperatura del animal, que,
comparada también con la temperatura exterior, puede ser decisiva para prevenir
golpes de calor, cada vez más comunes entre los perros. El collar permite
también enseñar al can. El aparato es capaz de emitir molestos ultrasonidos que
se activan ante la repetición de ladridos. El perro aprende a callar al asociar
la respuesta a sus ladridos con una especie de castigo. El más allá de esta
función es que se activa sola cuando el collar detecta, por bluetooth, un perro
de otra raza (si lleva el mismo collar, claro) con el que podría pelearse.
Kyon es solo un ejemplo, pero hay
más modelos similares. Todos se comercializan de momento por
Internet desde sus países de origen –Grecia en el caso citado y Estados Unidos en la
mayoría–. Los precios varían en función de las aplicaciones que
tienen –algunos son solo GPS, otros incorporan cámaras para subir vídeos a las
redes sociales–, normalmente, entre los 100 dólares (94 euros) y los 300 (282
euros).
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