“Los perros
vuelven a tomar las calles de Madrid”. Con este grito de guerra comenzó ayer la sexta edición del San Perrestre,
el maratón equivalente a la San Silvestre, que se celebra esta tarde, pero con
corredores y sus mascotas. Casi un millar de personas con sus perros
participaron en esta iniciativa, promovida por la protectora El Refugio —que
con esta iniciativa quiere concienciar sobre la importancia de adoptar mascotas
en lugar de comprarlas—.
Dálmatas, carlinos, yorkshires,
dogos o galgos —todos con su dorsal, una pañoleta blanca— y hasta el mismísimo
Darth Vader arrancaron a las 11.00 desde la Plaza de Cibeles. Acompañados de
una orquesta surcaron el paseo del Prado, la calle Huertas, el Congreso, la
Puerta del Sol, la plaza Mayor y vuelta a Cibeles. El galgo de María miraba
impasible al pelotón: “Mira cómo juegan, acércate a ellos”, animaba la dueña.
La inscripción a
la San Perrestre cuesta 6 euros por persona, más un euro por perro. El importe
íntegro se destina a ElRefugio. “El año pasado se vendía chocolate con churros
y roscón a beneficio de la asociación”, contaban otra de las participantes con
su dogo al lado, “con este frío podían haberlo hecho este año”.
Niños en triciclos o carritos
acompañando a sus mascotas; gente disfrazada, familias — algunas de
fuera de Madrid vinieron especialmente para vivir esta experiencia— animaron el
recorrido. Junto a ellos, voluntarios de El Refugio con algunos de los canes que
tienen en adopción para intentar conseguirles un hogar antes de 2017. De fondo
no paraba de sonar una melodía que se ha convertido en el lema de la
iniciativa: “Mi perrito y yo somos la misma gente, nadie me hará pensar de
forma diferente”.
En Cibeles estaba
situada la meta a la que llegaron en tercera posición David Aparicio y su perra de aguas Oliva.
“Pensaba que la carrera era una especie de manifestación para ir andando”,
contaba. “Pero en la calle Huertas muchos participantes comenzaron a correr: vi
que se animaba la cosa y no quisimos ser menos. Corrimos y quedamos terceros”,
dijo ilusionado mientras Oliva descansaba sentada al sol. A su lado, aplausos y
vítores a los corredores que iban llegando.
Mientras esperaban las uvas
—también hubo ensayo—, Lucas, de 11 años, se tumbaba en el césped junto a su
perra Dama, pendiente de las 12 bolas de pienso que les daban a las mascotas en
sustitución de las uvas. Las doce campanadas las dio el gong de la orquesta.
“Es la primera vez que venimos y repetiríamos experiencia”, decía José, Estaba
acompañado de Marilyn, su pastor alemán.“Por ayudar y porque es un gusto pasear
por Madrid así”, añadía el joven.
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